Todo el ciclo nuclear produce contaminación
En primer lugar, la
extracción de uranio del subsuelo supone introducir en la biosfera productos
radiactivos que permanecían hasta entonces retenidos en la corteza terrestre de
forma segura, contribuyendo al envenenamiento radiactivo de los sistemas naturales.
Por ejemplo, en 2005 se necesitaron 41.595 toneladas de mineral de uranio, que
exigieron remover entre 6 y 7 millones de toneladas de rocas (según los
informes del World Uranium Mining). Estas ingentes cantidades de mineral de
uranio deben transportarse a las fábricas de minerales concentrados. Allí se
obtienen unas 1.000 toneladas de óxido de uranio, generándose en este proceso
más de un millón de toneladas de residuos sólidos y líquidos, que contienen el
85% de la radiactividad original del mineral. Estos materiales permanecen
abandonados en los alrededores de las fábricas emitiendo radón-222 al aire y
lixiviando productos radiactivos a las aguas superficiales y subterráneas
durante siglos. Luego pasan a las fábricas de conversión y después a las de enriquecimiento
para, más tarde, crear las barras de combustible. En cada una de las fases
indicadas se genera una gran cantidad de residuos radiactivos, entre ellos el
uranio empobrecido: más de 1.000 toneladas por cada carga de combustible en un
reactor, y que la industria nuclear regala (¡a coste cero!) a las fábricas de
armamento.
En definitiva, las
centrales nucleares son una fábrica de plutonio-239, un elemento extremadamente
tóxico (química y radiactivamente) inexistente en la biosfera y de uranio-238 o
empobrecido. Este último se utiliza en el recubrimiento de todo tipo de
munición que, en el momento del impacto, se convierte en un aerosol inflamable
cuando entra en contacto con el oxígeno. Estas partículas micrométricas, que se
transportan con el viento y la lluvia a grandes distancias, permanecen en el
ambiente durante millares de años emitiendo radiactividad y transformándose,
por desintegración, en otros elementos de mayor intensidad radiactiva.
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